El viaje del toro

Para Enrique Castro

El toro lo tenía mi amigo Enrique decorando el living de su casa, cuando vivía en Suecia en el municipio de Järfälla, al noroeste de Estocolmo. Lo que más llamaba la atención era su rotundo tamaño demasiado grande para la estantería donde estaba puesto y además, que fuera un toro con joroba. Supe que se trataba de un toro cebú y que la prominente joroba, era una característica de su raza. Mirándolo bien, me pareció que una de sus guampas había sido reparada porque la madera en que estaba tallada era de un color más claro que el resto. También le faltaba parte de su rabo, que se habría quebrado en algún golpe durante su peripecia. Mi amigo me sugirió que yo le reparara la fractura.

Enrique lo había traído hacía ya tiempo a su casa, y era parte de la modesta herencia que le quedó después del cierre de la imprenta donde había trabajado muchos años. La manera extraña en la que el toro llegó a la imprenta, me la contó mi amigo en una de esas tardes de mate que compartíamos con asiduidad: Uno de sus compañeros de trabajo era de Ghana y al igual que muchos de los extranjeros que viven en Suecia, el ghanés solía viajar a su país de origen cada vez que su economía se lo permitía. Una de las veces que viajó, compró el toro de madera, suponiendo que quedaría muy lindo en la sala de personal de la imprenta.

Por algún conflicto su el país, el ghanés se vio obligado a retrasar la vuelta a Suecia y la única manera posible de conseguir un vuelo desde Africa al norte de Europa, era viajando desde Mali. Así fue que emprendió su viaje al norte cruzando Ghana, atravesando Costa de Marfil rumbo a Bamaco, con una valija y el toro debajo del brazo. El relato de las peripecias recorriendo los mil quinientos kilómetros que separan Accra de Bamaco, merece seguramente un cuento aparte; pero ese viaje y su aventura, le valió la admiración y el respeto de todos en la imprenta. Creo que el apego que le tenía Enrique a la pesada figura de madera dura, era más bien por saber detalles del viaje que había hecho el ghanés cargando con el toro, que por la talla en sí misma.

Después de unos años Enrique volvió a Uruguay y con la ayuda de unos cuantos amigos cargamos un contenedor con sus cosas. No se si por olvido o por alguna otra razón, el toro de Ghana no estaba entre lo que se llevó; quedó en un estante en un habitáculo, destinado originalmente a guardarropa y que de a poco fue receptor de cosa inservible que no se sabe donde guardar.

Pasaron los años y el polvo fue acumulándose en el lomo del olvidado bicho. Por el apartamento pasaron distintos habitantes que permanecieron en el por diferentes períodos de tiempo; hace poco, cuando mi amigo me dijo por teléfono que me regalaba el toro y me explicó en que lugar del apartamento lo había dejado, todavía estaba en el mismo sitio.

Después de muchas idas y vueltas, pudo Sofía, la hija de Enrique, pudo por fin habitar el apartamento que aún estaba alquilado en nombre de su padre. Entre ofrecimientos y pedidos de dar una mano con la mudanza de Sofía, entre ir y venir a buscar y llevar cosas, quedé una tarde en recoger el toro y deshacerme de un sofá ya en desuso. Debía llevarlo el al lugar del barrio donde se depositan desechos reciclables y también se pueden dejar muebles.

En el depósito había un joven africano que en ese momento, estaba revisando unas cajas donde alguien había tirado cientos de CD. Los estaba metiendo en una valija, que seguramente también había encontrado en el lugar. Le pregunté si me daba una mano para bajar el sofá, me dijo que sí enseguida; también le ofrecí el sofá por si lo necesitaba y me contestó que lamentablemente todavía no tenía vivienda propia y que en el lugar donde estaba no había espacio suficiente. Hablaba un idioma sueco de recién llegado, pero se hacía entender.

A su típica pregunta entre extranjeros: De donde vienes tu? contesté que de Uruguay y me respondió de un tirón como si lo hubiera tenido ensayado: Mano de Luis Suarez y penal que erró Asamoah Gyan, pierde Ghana por penales, cuartos de final Sudáfrica 2010. Contesté afirmativamente con un gesto como de disculpa y me dijo que venía de Ghana. Entonces vos hablás el idioma Twi; le dije. Quedó sorprendido y encantado de que alguien en Suecia supiera el nombre de su idioma. Le expliqué que por mi trabajo había tenido como alumnos a muchos niños africanos y por eso sabía el nombre de algunos idiomas africanos.

Seguramente la charla distendida y amistosa que tuvimos sobre idiomas y futbol, le animó al ghanés a pedirme que le diera una mano llevando a su vivienda lo que había encontrado en el depósito. Vivía en el mismo barrio y las cosas que cargamos en el acoplado fueron pocas: un colchón, un horno microondas, una bolsa de plástico con ropa, un par de lámparas y pocas cosas mas. La valija con los CD prefirió el africano dejarla en el asiento trasero del coche.

Ahí mismo, en el asiento trasero de la camioneta había dejado yo el toro. Cuando el ghanés lo vio abrió los ojos como solo los africanos suelen hacerlo, y casi gritó: Ese toro es de Ghana!

El trayecto entre el depósito y la calle donde el vivía no demoró ni diez minutos; así que le conté rápidamente parte de las peripecias de su compatriota y la manera en que el toro había llegado a mis manos. Se bajó, llevó primero a su portal el microondas, el colchón y demás cosas. Volvió al auto por la valija y ahí se me ocurrió preguntarle si en el reducido espacio de su vivienda compartida, habría un lugar para el toro. No me entendió bien la pregunta y le tuve que decir que se lo llevara . Me miró con una cara que incluía sorpresa, emoción al mismo tiempo. Con la valija y el toro debajo del brazo, con la sonrisa más ancha que he visto, me dijo que cuando pudiera volver a Ghana, se llevaría el toro para dejarlo en el lugar de donde había salido.

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