En tiempo de dictaduras
En tiempo de las dictaduras, una noche en Buenos Aires nuestra casa se vio asaltada por una banda armada. El jefe de la banda ni bien estuvo en medio de nuestra sala, al ver una foto de Wilson Ferreira Aldunate en Nueva York, junto a China Zorrilla y a otra persona, me preguntó por el acompañante de Wilson: ¿Dónde está Rodríguez Larreta? La pregunta me hubiera hecho reír si yo no hubiese estado esposado y rodeado de gente con pistolas en las manos. Mucho no sabía sobre el preguntado, que estaba recientemente emparentado con nosotros. Sabía su nombre completo: Enrique Rodríguez Larreta, El gordo. Después supe que cuando yo oía aquella pregunta él estaba desarrollando una campaña de denuncias contra las dictaduras argentina y uruguaya. Enrique Rodríguez Larreta era un de los sobrevivientes de un grupo de secuestrados que estuvieron en el siniestro lugar conocido como Orletti. Fue uno de los pocos que sobrevivieron a los secuestros de los grupos clandestinos de la represión que operaban en el Cono Sur en la década de los setenta. Corriendo nuevos riesgos, "El gordo", un hombre que fue en su juventud jugador de basketball en Bohemios, y luego periodista y publicista y que era gran aficionado a las carreras de caballos, realizó una investigación por su cuenta para ubicar lugares en donde se lo había retenido junto a otros prisioneros y para identificar a los miembros del grupo secuestrador. Seguramente otro en su lugar se habría quedado callado o acompañando el coro de los que protestábamos y hacíamos campaña contra la dictadura de un modo general y a la distancia. Enrique Rodríguez Larreta renunció a la divisa del no te metás. Por el contrario siguió metiéndose y ya en su segundo exilio, desde la cocina de su departamento en un barrio suburbano de Estocolmo produjo documento tras documento para elaborar una denuncia que logró, entre otras cosas, encanar a un connotado asesino argentino, el hoy ya fallecido Gordon que fue jefe de la Triple A. Esas denuncias se hicieron corriendo riesgos. Uno de sus hijos, un tranquilo estudiante, que no tenía nada que ver con la campaña esclarecedora, ni tenía actividad política, fue amenazado de muerte y obligado a dejar el Uruguay. Enrique Rodríguez Larreta no fue un militante de los grupos que intentaban vías revolucionarias para cambiar las cosas en los países del Río de la Plata. Fue un testigo lúcido del enfrentamiento de la juventud contra un sistema en donde las injusticias, las prebendas y el abuso eran los signos que irritaban a los espíritus juveniles. En un sistema que no daba esperanzas a los más jóvenes y que mantenía a los viejos en una supervivencia estrecha y llena de carencias. Un testigo de los años que culminaron con el cese del derecho al pataleo cuando este se hizo violento y amenazó con desfondar el piso. Enrique Rodríguez Larreta desde una posición crítica supo comprender a esa juventud y no negó a otro de sus hijos que por estar en la revuelta padeció cárcel y tortura. Conocido su modo de pensar por los detentadores del poder, por no hacer honor a su patricio apellido, abandonó los círculos dorados sin sumar su voz al coro de los que cantaban loas a la represión; renunciando a ser recompensado por entonar esas alabanzas; por alzar la voz, protestando, fue castigado y se quedó sin trabajo. Debió emprender el exilio y en Buenos Aires siguió ejerciendo el periodismo. En esa ciudad fue víctima del tropel represor que aprendía cien personas para filtrar y encontrar a un opositor. Un sistema que llevó a la tortura y la muerte a miles de inocentes. Circunstancias excepcionales permitieron que Enrique Rodríguez Larreta y otras personas secuestradas con él sobrevivieran. Fue traído a Montevideo en uno de los vuelos que hoy se investigan. Previo al vuelo, los secuestrados de Orletti habían recibido una propuesta del coronel Gabazzo. Serían embarcados en una lancha para que cruzaran el Río Uruguay a la manera de los 33 Orientales, intentando un reinicio revolucionario. Pero serían detenidos en el intento y de ese modo saldrían del secuestro y pasarían a ser prisioneros legales. El grupo que recibía la propuesta, contaba Enrique sonriendo con su particular risa, se negó a la comedia. Un argumento pesó en la negativa: Ustedes (los militares que actuaban clandestinamente en Buenos Aires) no nos van a apresar en el río, nos van a hundir argumentando que nos resistimos a la detención. El intento teatral de Gabazzo fracasó. Luego se debió realizar otra comedia para poner en términos legales al grupo de secuestrados. Se organizó un asado conspirativo en un balneario. En el asado estarían como es obvio gente de la represión fingiendo ser del grupo conspirativo. Se aceptó realizar la comedia, pero con una condición, nos "arrestan" después de comer el asado. Y contaba Enrique que uno de los represores en el grupo "conspirativo" era negro y que una vecina al ver que marchaba detenido como supuesto subversivo comentó: ¡Mirá un tupamaro negro! Fueron muchas las anécdotas que contaba Enrique en una charla agradable llena de dejos irónicos, por eso a lo largo de su vida atrajo a un sin fin de interlocutores. Esta facundia, junto a su indoblegable actitud de denuncia, de enfrentamiento de la dictadura, lo rodeó de un sin fin de amigos, que son los que colmaron constantemente el local en donde se velaron sus restos. Allí concurrieron representantes de todas las corrientes políticas, hombres y mujeres de todos los estratos sociales. Desde jerarcas a modestos personajes que fueron contertulios de Enrique en sus conversaciones de café.
Gran parte de esta semblanza fue escrita cuando "El gordo" todavía vivía y se estaba lejos del triunfo del Frente Amplio, y entonces, en charla con él, consignábamos que no se debía caer en los errores del pasado, que se debía esclarecer que en el país hubo excesos que convirtieron a algunos hombres en torturadores y asesinos en defensa de un "orden" que mantenía a la juventud sin esperanzas. Que a eso se había llegado porque desde muy atrás se dejó de lado la imaginación para gobernar en beneficio del pueblo y sí en beneficio de un grupo de privilegiados. Que se debía entender que la confrontación con las armas en las manos es una planta que crece sin control y que da frutos muy amargos. Hoy Enrique se marchado en plena vigencia del Frente Amplio. Hoy podemos mantener la esperanza de que los deseos de que se gobierne con imaginación y no para un grupo de aprovechadores se cumpla. Y que de algún modo se transmita a la juventud uruguaya lo que él en una charla ante alumnos de un colegio sueco planteaba: "No se queden callados cuando tengan una duda, cuando sospechen una trapisonda de los que detentan el poder, y pregunten, pregunten siempre. Cuestionen. Busquen la verdad. Esa será la mejor manera de ser honestos".
Nelson Mezquida Octubre 2000-marzo 2007