Dos cartas
A fines de los setenta envié una carta desde Estocolmo a Cuba. No obtuve ninguna respuesta al mensaje y olvidé el asunto. Al cabo de un año el cartero me dejó un sobre en el buzón. ¡Al abrirlo encontré la carta que había enviado un año antes! No se había encontrado al destinatario. Viendo el sobre intacto de mi carta pensé que el correo cubano era muy eficaz, pero un tanto lento. Esa es la primera anécdota, la segunda es más interesante, y habla de la honestidad sin concesiones de algunas personas.
En el año 1961, se acuñó una moneda de plata en el Uruguay, en conmemoración de los hechos históricos de 1811, lo que se informa en el reverso de la misma y presenta en el anverso la imagen de la cabeza de un gaucho. Consta que su valor nominal es de 10 pesos, la pureza de 930, el diámetro de 33 mm, y un peso real de 12,5 gramos.
Una moneda para considerarla como un objeto precioso, para regalar o atesorar. Así fue con una de ellas que estaba en manos de alguien muy cercano a mí. Era el regalo de un padre y yo por no ser menos quise hacer a mi vez un regalo sorpresa recurriendo a la moneda Gaucho.
En marzo de 1978, yo trabajaba en una empresa de seguros, Apolo Seguros, en Buenos Aires. Una de mis compañeras de trabajo tenía un padre joyero. Así que un día le pregunté si el padre podría engarzar una moneda y ponerla en una cadena de plata. Me contestó que sí, de modo que sustraje la moneda y encargué el engarce.
Eran tiempos tenebrosos de dictadura en Argentina, así que nos vimos obligados a irnos del país. Me olvidé de la moneda y la dueña de la misma lo dio por perdida.
Un año después, llegó el aviso de que en la oficina de correos de Jakobsberg, Suecia, había una carta recomendada a mi nombre. Fui y cuando retiré la encomienda me sorprendí. Era un sobre común y corriente que había llegado desde Buenos Aires. Noté que tenía un objeto adentro. Sin abrirlo fui hasta casa con el corazón agitado, con una esperanza maravillosa, pero con el temor de que la ilusión se frustrase. No tuve más remedio que contar la historia del encargue secreto. ¡El objeto en el sobre era la moneda perfectamente engarzada!
No se reclamaba ningún cobro, ni había ningún mensaje. Solo la moneda engarzada, la cadena y la moneda en el sobre, sencillo, inviolado, que resumía el gesto de nobleza de la que realizó el envío. Son cosas lindas que emociona recordar.
Nunca olvidaré a aquella muchacha de la Compañía de Seguros Apolo, de cuyo nombre no me acuerdo.
Nelson Mezquida