Arquistas
Los arquistas, que constituyen, de hecho, más del 99 por ciento de la población mundial – razón más que suficiente para hablar de ellos –, se caracterizan, aunque no lo proclamen descaradamente, por estar convencidos de que los seres humanos somos una manada de desalmados, violentos, arbitrarios y egoístas. Y todo ello, porque la naturaleza humana es así, biológica y psicológicamente. Los hombres, y las mujeres, los niños y los mozalbetes, necesitan que alguien (o “alguienes”) mantenga levantada la estaca amenazadora, una estaca de verdad o simplemente ideológica, para que no se desmanden. Hay que mantener el orden, el orden arquista, y la única forma que han encontrado consiste en dividir al género humano en Superiores e Inferiores.
Los Superiores han exigido, desde los albores de la historia, que se les otorgue un tratamiento peculiar. Ellos son los excelentísimos, ilustrísimos, eminencias, señorías, majestades, altezas, reverendos y venerables. En un contexto diferente se les aplican calificativos como gente importante, notables, ilustres, respetables, distinguidos, poderosos o potentados, por sólo decir algunos que encuentro en el diccionario. Y nótese que todas tienen una idéntica estructura significativa: separar distinguiendo por su “excelencia”. Nada tiene de extraño que sean ellos los que acaparan mayores parcelas de poder, hasta el punto de que algunos pueden hacer cosas totalmente vedadas a los Inferiores, como redactar leyes, encarcelar, condenar a muerte, declarar una guerra, decidir sobre lo bueno y lo malo, reprimir, controlar, someter, manipular y atolondrar.
Por oposición –lo superior siempre lo es por referencia a algo que está debajo–, a los Inferiores se les distingue con términos como gente, pueblo, masa, base, subordinados, siervo, vasallo, incluso vulgo, plebe, gentuza, chusma y populacho.
Esta masa mayoritaria, por supuesto, no se conforma con su situación e intenta por todos los medios posibles convertirse en Superiores, cosa que ya advirtió el viejo Aristóteles, y aunque él se refería a una de las causas de las revoluciones, también existen medios pacíficos para conseguirlo, bien a base de adulaciones (cobistas, pelotilleros, lameculos), estudiando desesperadamente para obtener un título que les permita un alto puesto en la administración, o alistándose en un partido político para ascender a un cargo de poder. También una mayoría de Inferiores trabajan como locos para comprar cosas (coche, otro coche, piso, otro piso, muebles caros, ropa de marca...) que se parecen, sólo se parecen, a las que tienen los Superiores. El patético afán de igualarse.
No es tan simple esta clasificación en Superiores e Inferiores. La machacona y enfermiza manía de los arquistas por la superioridad les lleva a verla en todas partes: hay razas y naciones superiores a otras, los hombres son superiores a las mujeres, los adultos respecto a los niños, los intelectuales en relación con los analfabetos...Es fácil comprender que, para los arquistas, exista una clase ínfima de Inferiores, a los que se etiqueta como vagabundos, pedigüeños, miserables, pobretones, pelagatos, pordioseros..., incluso lumpen proletariado, como decía Marx, que ya es decir.
La mayor ilusión de los arquistas es organizarlo todo de forma piramidal: una amplia base en la que están los Inferiores ínfimos y, desde ahí, los que se encuentran encima de los que están debajo y los que están encima de los que están encima, hasta llegar a lo alto, donde muchas veces no hay más que un solo individuo, el Super. Esto sucede en la sociedad arquista en general, pero también en particular: gobiernos, partidos, sindicatos, iglesias, ejército, policía, familia, empresas, escuelas... Todo está jerarquizado, es decir, todo tiene una jerarquía, palabra que procede de superior, y que en su origen, ¡qué cosas!, poseía connotaciones religiosas. De tal forma están organizados que en la práctica todo el mundo tiene un “jefe”, un arqué en griego, y desde muy pequeños se les educa (en la familia, la escuela, el servicio militar, las iglesias o en la política) para que todo arquista esté encantado con la “jefatura”, premisa indispensable para que cada uno ocupe su lugar en el tejido social y éste se mantenga cohesionado, ordenado.
Por supuesto, a los que no piensan así (una ridícula minoría) se les llama simplemente no-arquistas, o si se prefiere decirlo en griego clásico, an-arquistas.